24 noviembre 2006

Oír crecer la hierba

Antonio Segovia




Hay mucha poesía oculta detrás de los aparentemente áridos senderos de la ciencia pero se debe poseer cierta sensibilidad para apreciarla. Una mente muy desconectada de su propia alma no podrá estimar la hermosura que le ofrecen los guarismos matemáticos y la danza que llevan a cabo al son de la música de la Aritmética o de la Geometría. ¿Y qué decir de la "dinámica de fluidos" o de la "física cuántica" ("el gato de Schroedinger" que, simultáneamente, está vivo y está muerto, escondido en una caja de cartón)? ¿A quién, medianamente despierto, se le puede escapar la elegante arquitectura molecular del ácido desoxirribonucleico? El mismo vahído que sufrió Stendhal, desbordados sus sentidos ante la belleza de la Santa Croce en Florencia, afecta a los astrónomos que admiran la caótica elegancia del cosmos...


Estaba perdido en reflexiones de este tipo cuando he escuchado una canción del desaparecido grupo 091 llamada "La noche que la luna salió tarde". Reza así:


Me tumbé en el suelo sólo para oir crecer la hierba
esperando un sueño que como un enjambre me envolviera
y que me hiciera oir las rimas de antiguos romances
pero sólo oí llorar a los que fueron amantes
un sólo instante...

La noche que la luna salió tarde
la noche que la luna salió tarde.

Me tumbé en el suelo sólo para oir crecer la hierba
y escuché más cosas, muchas más de las que yo quisiera:
El sonido de tus lágrimas al derramarse,
el eco de tus pasos al alejarte
y el tiempo pararse...

La noche que la luna salió tarde
la noche que la luna salió tarde.



¿Se puede oír crecer la hierba aunque no tengamos las orejas apuntadas como los duendes?
Analicemos la cuestión desde el punto de vista de la biología molecular. Las hojas de hierba, tanto las de Walt Whitman como las del campo de golf, si tienen agua suficiente (y ese es otro asunto que se las trae...), pueden crecer un centímetro o más al día. Los tallos de bambú tienen un crecimiento muchísimo más rápido (¡hasta treinta centímetros al día!), para solaz de los osos panda. El principal elemento de sostén de los vegetales es la celulosa, una gran molécula (un polisacárido, para ser más exactos) formada por la unión lineal, como cuentas de un larguísimo collar, de miles de unidades de glucosa (un monosacárido).




¿A qué velocidad se ensartan las moléculas de glucosa para formar celulosa? Con unas sencillas operaciones matemáticas podemos calcularlo. Una molécula de glucosa, una "perla" de este collar molecular, tiene una longitud aproximada de 0.0000000005 metros. Si en un día la celulosa (el "collar") crece 0.01 metros, se necesitan 0.01 : 0.0000000005 = 20.000.000 de moléculas de glucosa, es decir 833.333 moléculas por hora, 13.889 moléculas por minuto... ¡232 moléculas por segundo!
Se puede oír crecer la hierba: los obreros que fabrican estos "collares" de celulosa, ensartando 232 "perlas" por segundo, deben emitir un sonido tremendo. En realidad todos los procesos bioquímicos contribuyen con sus sonidos a componer esa sinfonía precisa y preciosa que es la vida.

1 comentario:

Marian dijo...

Creo que solucioné el problema del sonido; si quieres arreglarlo en tu blog, cambia el enlace por éste:
http://www.elcavirtual.com/marian/marian/091%20-%20La%20Noche.mp3
¡Suerte!