02 abril 2007

Se buscan colaboradores

¿Por qué nadie se anima a escribir aquí? De entre los 140 profesores y los 1400 alumnos de la Uni, un puñadito colaboró en los primeros meses del curso, y prácticamente nadie en el segundo trimestre... Mirad cómo escribía sus poemas Pedro Salinas, y buscad excusas convincentes...


En casa de Pedro Salinas.


Vicente Aleixandre.


Había ido yo a su casa. Entré en una habitación y me detuve en la puerta. Pedro Salinas estaba escribiendo. Pero no era esa la realidad: Pedro Salinas tenía un niño sobre una rodilla y otro, una niña, sobre otra rodilla. Esta había apoyado su cabecita sobre el pecho del padre, mientras un brazo pequeño y riguroso rodeaba estrechamente su cuello. "Papá, papá..." Con la mano libre la niña tiraba obsequiosamente de aquella oreja grande que ella veía arriba, y que cedía, graciosamente cedía. Una risita sacudía de vez en cuando a la niña, que se estrechaba contra el pecho grandote y que divisaba, roja la faz absorta, casi contrariada, que no la miraba. En la otra rodilla, un niño muy chico cabalgaba. Cabalgaba quizá por un bosque, y, oh prodigio, aquella rodilla, de aquella masa, se movía a compás, mientras el niño, agarrado briosamente al brazo robusto, galopaba sin freno, rumbo al fondo que sus ojillos abiertos divisaban felices. De aquel montón de niños y hombre surgía un brazo, un brazo extenso, y del brazo surgía una mano, y en la mano, allí en el extremo último, todavía algo: una pluma. Lejana, lejanísima, alcanzaba a una mesa, y allí, casi quimérico, a un papel... Aquel abigarrado montón de niños y hombre estaba escribiendo.

"¡Arre, arre!" "Orejita, orejita, cuéntame el cuento de la abuelita". El niño, furioso, botaba en la silla de montar, en la dócil rodilla galopadora. La niña tiraba del lóbulo, de la pulpa y decía palabritas melosas, mientras su bracito estrangulaba cariñosamente la entregada garganta. El poeta, aquella trinidad de poeta, montón con una sola cabeza que surgiese, roja y contraída y visitada, escribía inspiradamente, dibujadamente unos versos que yo no sé quién veía. Acaso aquel amontonamiento humano era una gran pupila vibrátil, y la mano lejana, lejanísima sólo un rayo de luz que cayese milagrosamente sobre el papel, dejando un trazo finísimo.

Así estuve unos minutos, suspenso, mirando el cuadro. Al final la niña estaba de pie sobre el muslo paterno, los dos brazos rodeaban el cuello, y la boquita decía, casi cantaba, palabritas alegres, palabritas gritantes, en el oído besado, en el oído inmenso e inerme. El niño colgaba ahora del brazo aquel que quería escribir, que escribía... Un niño se balanceaba de aquella viga de sangre y luz que era el brazo del poeta comunicándose.

Se deshizo aquel montón indistinto y Pedro Salinas se puso de pie. Me miró y se echó a reír. "Me has sorprendido infraganti." "¡Y qué infraganti", le dije yo. Me tendió el papel. En la cuartilla, no sé cómo, estaba el poema:

Estoy pensando, es de noche,
en el día que hará allí,
donde esta noche es de día.
En las sombrillas alegres,
abiertas todas las flores
contra ese sol, que es la luna
tenue que me alumbra a mí.

De "Los encuentros"

1 comentario:

aleXV14 dijo...

A mi me encantaría colaborar, aprovecho para anunciar que por fin me he decidido ha hacer un BLOG unicamente con nuestras opiniones donde espero que TODOS pongáis la vuestra.
http://la-opinion.blogspot.com/
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