30 diciembre 2006

SOBRE LA CEGUERA

Antonio Segovia Molina
Las calificaciones de Juan Luís no han sido precisamente brillantes: aunque ha aprobado Matemáticas y Ciencias Naturales, ha suspendido Ciencias Sociales, Inglés, Educación Física, Lengua… En su rostro se puede leer la rabia, que no la impotencia porque Juan Luís, como tantos chavales de su generación, es listo y tiene capacidad para aprender; incluso, si cuenta con el estímulo adecuado, puede tener interés por aprender. Pero a Juan Luís lo pierden las videoconsolas, los chats por Internet y el fútbol. A las primeras les dedica, más o menos, la mitad de su tiempo libre; chateando no pasa menos de hora y media cada día; y el fútbol que juega, el que ve en televisión, escucha por la radio y analiza en la prensa especializada consume sábados, domingos y lunes. Su padre, en una mezcla de humor y amargura, me dijo en cierta ocasión:

− ¡Con lo bien que nos lo pasamos, cuando era más chico, yendo a los partidos del Alba! ¡Cuánto me arrepiento ahora de haberle inculcado esta pasión! Además, tampoco es muy bueno como jugador…

Juan Luís, dando rienda suelta a su rabia, me dijo:

−Y esto de las Sociales, a ver, ¿pa qué sirve?

Eterna pregunta del estudiante frustrado. Estuve a punto de castigarlo con la eterna respuesta del profesor desafiado (“Pues para pagar la hipoteca, para comprar un coche, para ir a los partidos de fútbol que tanto te gustan, para invitar a tu chica…”) pero al comprobar que una lágrima asomaba a los ojos de Juan Luís, no quise aumentar su furor y me mordí la lengua.

Leyendo un artículo de zoología, me he topado con una especie curiosa de escorpión. Digo curiosa porque, a diferencia de la mayoría de escorpiones, alacranes y arácnidos en general, éste está ciego. Los arácnidos, como los insectos, tienen varios ojos y de varias clases. Unos son simples (se les denomina “ocelos” y constituyen un órgano único) y otros son compuestos (como una reunión de decenas o cientos de ocelos). El hecho de que este escorpión sea ciego, no es una anomalía sino el fruto de una selección natural. La mayoría de los escorpiones tienen hábitos nocturnos y pasan el día escondidos bajo rocas o en sus madrigueras; el modo de detectar a sus presas no es, por tanto, mediante la vista, sino gracias a la fina sensibilidad de unos pelillos llamados tricobotrios que poseen en las patas y en los pedipalpos (las pinzas), mediante los cuales detectan pequeñas vibraciones del aire cerca de ellos. No es de extrañar que algunas especies hayan perdido completamente la visión. Así actúa la selección natural, el motor de la evolución biológica: eliminando órganos inservibles y potenciando el desarrollo y la mejora de aquellos que suponen una ventaja para el individuo y, por ende, para la especie.
Sin embargo la evolución cultural, esa que nos hace humanos y que tan radicalmente nos diferencia del resto de los animales, tiene otro modus operandi. Si el almacén de la evolución biológica es el genoma, el conjunto de genes guardados en los cromosomas, el de la evolución cultural es más difuso y se encuentra en la memoria, en las pinturas rupestres, en los relieves cuneiformes de la antigua Mesopotamia, en los jeroglíficos egipcios, en las bibliotecas, hemerotecas, videotecas, archivos, discos duros, CDs, DVDs, pen-drives… La evolución cultural es como un anciano con síndrome de Diógenes que, a diferencia de la evolución biológica, no prescinde de lo inservible, sino que lo almacena, lo atesora sin plantearse su utilidad. Y ahí está la raíz de la esencia humana: ya éramos Homo, pero nos convertimos en sapiens cuando inventamos la tradición oral, cuando empezamos a pintarrajear las paredes de nuestras cavernas, cuando creímos que podía existir un más allá…

El escorpión ciego, una especie endémica de las cuevas del Pirineo catalán, se llama Belisarius xambeui. Su descubridor fue un zoólogo francés del siglo XIX, Eugène Simon. Trabajó algún tiempo en nuestro país, ayudando a clasificar y conservar las colecciones de arácnidos, de los que era un gran conocedor, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Bautizó a esta especie con el nombre de Belisarius en alusión al famoso general bizantino, el conde Belisario, que en tiempos del emperador Justiniano se distinguió por sus conquistas y reconquistas del Imperio Romano de Occidente. Belisario fue un grandísimo militar, un estratega que nada tenía que envidiar al mismo Julio César o, incluso, a Alejandro Magno: reconquistó las regiones del norte de África, las islas del Mediterráneo, la península itálica… Sus hazañas las recogió en una novela el escritor francés Jean-François Marmontel en el siglo XVIII; también fijaron su atención en este personaje, entre otros, Robert Graves, que escribió "El Conde Belisario", y Gaetano Donizetti, que le dedicó su ópera "Belisario". En todas estas obras se recoge una leyenda que según los historiadores modernos es falsa, pero que durante la Edad Media tuvo gran popularidad: se cuenta que Belisario, caído en desgracia por haber participado en una conjura contra el emperador Justiniano, es condenado por éste a ser cegado y a vivir de la mendicidad. Un Belisario mendigo, anciano y ciego, paradigma del destino azaroso, puede verse en el magnífico cuadro de Jacques-Louis David "Date obolum Belisario" ("Dad una limosna a Belisario").

Eugène Simon (1848-1924), debía conocer la novela de Marmontel, el cuadro de David y la leyenda del Belisario ciego. Podía haber bautizado a la nueva especie de escorpión con su propio nombre, como hacen tantos biólogos, o con el nombre de algún colega, en señal de agradecimiento… Pero prefirió rendir un homenaje a la cultura, a la historia. El bautizar a su especie con el nombre del general bizantino es pues, no sólo el ejercicio de su profesión como zoólogo y taxónomo sino además, y ante todo, un acto de erudición.

La próxima vez que un alumno me pregunte para qué sirve una determinada asignatura le responderé:

−Para ser personas, para saber.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Llevas razón, Sancho, amigo. Pero, desgraciadamente, ahora parece que para ser personas sólo es necesario entrar en Gran Hermano o vender al mejor postor las intimidades (propias o ajenas). Vivimos tiempos difíciles, Sancho.