06 noviembre 2006

CAMBIO CLIMÁTICO

José Juan López Cabezuelo

Un informe sobre el cambio climático, dirigido por un reconocido economista inglés, sir Nicholas Stern, y avalado por Tony Blair, ha tenido más repercusión que las reiteradas campañas de denuncia que los ecologistas desarrollan desde hace décadas. Es como si no tomáramos en serio los vaticinios de éstos y creyéramos a pie juntillas lo que nos exponen los economistas. Al menos, aquellos pueden proclamar que llevaban y llevan razón: el cambio climático es un hecho inapelable. Y no porque lo digan especialistas en economía que, ya se sabe, son expertos en predecir el pasado, y que orientan su informe a las catastróficas consecuencias económicas del calentamiento global; que venga respaldado por Blair tampoco le aporta mayor credibilidad. No. Es la propia naturaleza la que lo pone de manifiesto de forma cada vez más patente.
La alarma se produce por que el informe hace una evaluación económica de las repercusiones del cambio climático: habla de que la economía mundial caerá un 20% si no se frena el calentamiento del planeta, y que hacer compatibles respeto al medio ambiente y crecimiento económico sólo nos costaría un 1%. Y este sí parece ser un lenguaje que todos entendemos. Aquellas denuncias de los ecologistas que hablaban de desaparición de especies, de catástrofes humanitarias y desastres naturales en enormes áreas del planeta, nos quedaban lejos y venían de gente poco seria y dada a la exageración. Pero amigos, cuando lo que peligra es la pasta (nuestro bienestar material) y lo dicen los que la manejan, es que la cosa va en serio.



Ya no parecen tan apocalípticos los anuncios de Al Gore, el que iba para presidente de los Estados Unidos, pero a quien Bush “birló la cartera” en un controvertido recuento de votos, y que ahora abandera la causa del ecologismo con en su película documental“Una verdad incómoda”. Ya no son cosa de científicos con ansias de notoriedad los reiterados estudios que, desde disciplinas diversas, vienen anunciando el desastre. Y, como decía al principio, habrá que tomar en serio a los ecologistas; a esos que, hasta ahora, muchos ven como una manifestación más o menos folklórica o molesta de la política, pero casi siempre inofensiva. Declaraba Al Gore que“somos testigos del conflicto entre nuestra civilización y la tierra”. Lo terrible de este enfrentamiento es que, para que gane nuestra civilización, tiene que salvarse la tierra. No hay alternativa.
El problema empieza cuando se trata de articular medidas concretas, cuando nos sentimos directamente aludidos. Entonces, todos pretendemos situarnos al margen, cómo si esto no fuera con nosotros, y ese es el error más grave: va contra nosotros y está en nuestra mano cambiar la situación. En primer lugar, aceptando cuestiones tan básicas como que no podemos derrochar y contaminar recursos naturales aunque podamos pagarlos, desde el agua potable hasta el combustible de nuestro automóvil o la energía eléctrica de nuestra casa. Pero este no es sólo un problema individual. Al contrario, se trata sobre todo de un reto colectivo que tiene que expresarse en los movimientos ciudadanos y en las opciones políticas, que debe estar en la agenda de todos los partidos, con seriedad y con rigor. Y, si no hubiera voluntad política para plantearlo, hay que exigirla con la movilización ciudadana y con el voto. Aún podemos llegar a tiempo, pero nos queda poco.
La cosa no está fácil en un mundo basado en la explotación, en la ley del más fuerte y en la búsqueda del máximo beneficio económico, que eso es la globalización, no nos engañemos. Pero la ecología puede ser un negocio con futuro, y en ello está ya las grandes corporaciones empresariales. Al final habrá que agradecerles que ganen dinero salvando el planeta.


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